jueves, 10 de junio de 2010

Cananea y Pasta de Conchos

Eduardo Ibarra Aguirre

Si los festejos del bicentenario comenzaron en grande con el traslado de las osamentas de los 12 héroes insurgentes del Monumento a la Independencia a Chapultepec, para ser analizados y darles mantenimiento antes de que se exhiban durante un año en Palacio Nacional, por qué la fiesta del centenario de la Revolución iba a quedarse atrás, a palidecer.

De ninguna manera. Antes de partir a Johannesburgo para participar en la inauguración de Sudáfrica 2010, Felipe (del Sagrado Corazón) de Jesús Calderón Hinojosa mostró su extraordinario tino histórico y puso en marcha, la madrugada del día 6, un operativo con más de 2 mil integrantes y dos helicópteros de la Policía Federal, además de elementos locales para recuperar por la fuerza las instalaciones de Minera de Cananea para entregarlas a Germán Feliciano Larrea Mota Velasco, el tercer mexicano más rico de la aldea global.

Instalado en la dinámica del pago de facturas por el apoyo recibido en 2006 para consumar el “Haiga sido como haiga sido” (Calderón Hinojosa dixit), de una buena vez los cuerpos policiacos de Humberto Moreira Valdés hicieron lo propio en la mina 8 de Pasta de Conchos, con 20 patrullas que escoltaron a los representantes de Industrial Minera México, para que procedieran a “la clausura, que implica poner un tapón en la bocamina” –por instrucciones de la Dirección General de Minas de la Secretaría de Economía--, donde hace más de tres años fallecieron 65 mineros por las muy precarias condiciones de seguridad en que laboraban. Aún permanecen 63 cadáveres que a ninguna autoridad le importa rescatar.

Estallada la huelga de Cananea el 30 de julio de 2007 –como también se hizo en Taxco, Guerrero, y Sombrerete, Zacatecas-- por violaciones al contrato colectivo y más que raquíticas condiciones de seguridad e higiene, que es la constante en las minas concesionadas al poderosísimo Grupo México, Felipe de Jesús y Germán Feliciano no repararon en que hace 104 años, el 6 de junio de 1906, las actividades de los mineros volvieron a la normalidad, tras la muerte de 23 trabajadores y la detención de los líderes de la histórica huelga.

O bien les ganaron las prisas y fueron presas de la desesperación por los gigantescos negocios en juego –de explotar 180 mil toneladas anuales de cobre en 2006, la intensificarán para llegar a 460 mil toneladas anuales, cuando el precio del metal tiene un repunte de 110 por ciento--, o escogieron la fecha para no quepa duda con quien se identifica el michoacano de Morelia en la disputa que por la nación se libró hace un siglo.

Francisco Fernando Gómez-Mont Urueta hace esfuerzos para presentar el asalto policiaco a Cananea con “saldo blanco”, “pacífico”, de “absoluto respeto a los derechos humanos” y para cumplimentar órdenes del Ministerio Público, cuando muestran todo lo contario testimonios orales y fotográficos de mineros y algunos periodistas ajenos al duopolio de la televisión y el oligopolio de la radio, los que tratan de imponer la verdad única con sus más distinguidos como desgastados jilgueros.

El exabogado del Grupo México oculta los compromisos que asumió con la Cámara de Diputados en torno a que no habría un desalojo violento y construir una solución negociada, como también lo aprobó el Congreso de Sonora y fueron ignorados.

Empecinarse en destruir a los sindicatos que no se alinean a las políticas oficiales para favorecer al gran capital, en detrimento de las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, además de persistir en la línea de conculcar el derecho de huelga, es la apuesta en peligroso curso de los neoporfiristas.
publicado en RMX

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